26 Junio 2009
15. De cómo la curiosidad regresa.
Después de aquella novia que tuve, vino otra, al igual que ella también había sustituido a una anterior. Así que me olvidé de todo aquel asunto. Pensé sencillamente que mi amigo había tenido alguna clase de relación amorosa con esa muchacha, Ángela, y que por algún motivo que yo desconocía, pero que debía respetar, no había querido contármelo.
Así fue, hasta…
Hasta que los acontecimientos se precipitaron de una manera horrenda, pero lenta, como si un alambique destilara gota a gota su rara esencia.
Dos años después de toda esta historia que acabo de relatar, y en la que yo no quedo muy bien parado como investigador eficiente y eficaz, Cristina falleció, murió asesinada en plena calle en una noche lluviosa. Según parece la atracaron al salir de un cajero automático. Una simple puñalada acabó con su vida pocos días antes de Navidad. Las cámaras de seguridad no grabaron con claridad al asesino, apenas se vio una sombra agarrando un bolso y asestando una puñalada.
En aquel preciso momento, Daniel estaba con sus dos nuevos socios, trabajando en la nueva oficina que había abierto cuatro meses antes. Lo llamaron del hospital en plena reunión.
La policía abrió una investigación. Lo hizo por rutina, pero nada halló digno de ser tenido en cuenta.
Ya me había olvidado del automóvil que supuse le seguía, pero cuando asistí al funeral por la pobre Cristina me lo encontré en el aparcamiento, me acerqué y miré en su interior. No vi nada destacable. Desde el tanatorio nos dirigimos al cementerio en comitiva y allí lo vi de nuevo. Lo conducía un hombre y lo acompañaba una mujer, ambos parecían ser de la familia, al menos saludaban a Daniel y a los demás con naturalidad, como si fueran conocidos. En un aparte le pregunté quiénes eran y me respondió que eran unos primos de Cristina, y que él tenía una agencia de detectives. Recordé entonces algo que me contó Daniel de cuando tuvo su primer negocio, algo de un empleado que siempre presentaba la baja y al que investigaron por si hacía fraude. Le pregunté por ello y me respondió que así fue, que ese primo lo siguió y consiguió demostrar que no mentía, que el pobre hombre estaba enfermo de verdad.
Daniel estaba tranquilo, pero quise acompañarlo durante todo el día y la ceremonia, ayudándole con la gente y la familia. Al llegar la noche nos quedamos solos en su casa, yo preparé algo de comida y a medio comer se puso a llorar desconsoladamente. Lo abracé. Cuando se calmó le pregunté, para distraerlo un poco, por ese detective, que si sabía historias o anécdotas, que siempre son entretenidas. Me dijo que no tenía ganas de hablar, pero que había vuelto a contratar sus servicios. ¿Para qué?, le pregunté. Y me respondió que en su nueva oficina había alguien que robaba lápices, y cosas así. Había empezado con tonterías sin demasiada importancia, pero que cada vez aumentaba el valor de lo robado y en un solo día habían desparecido dos portátiles y luego un móvil. Sospechaban de una de las chicas de la limpieza y me comentó que su primo, el detective, estaba colocando cámaras escondidas para atraparla.
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