sábado, 5 de enero de 2013

El Peletero/Esmorzar al metro, entre la línea 1 i la 4 de Barcelona.


Hemeroteca Pelletera

Esmorzar al metro, entre la línea 1 i la 4 de Barcelona.

En aquestes festes m’he recorregut Barcelona gairebé de punta a punta, varies vegades al dia, pels túnels subterranis de la xarxa del metro de la ciutat, a l’hora de dinar i al vespre, al plegar abans de sopar, des del barri de Sant Antoni fins al Guinardó, a l’Hospital de Sant Pau, per visitar a una amiga que hi va ingressar al passat dia vint-i-nou.

No és un trajecte molt llarg, però sí suficient per fer una cosa que mai havia fet abans tot i que sembli estrany, seure al vagó i llegir un llibre durant el viatge, en aquest cas: “Esmorzar al Tiffany’s”, o dit en anglès: “Breakfast at Tiffany’s”, de Truman Capote i de la que es va realitzar una famosa versió cinematogràfica l’any 1961 dirigida pel Blake Edwards i interpretada per la Audrey Hepburn i en George Peppard.

La Audrey m’envolta, literalment, cada dia amb el seu somrís i els seus ulls emmarcats per unes celles, unes “eyebrow”, perfectes.

Però no tinc gaires ganes d’escriure d’ella ni de dir res que estigui relacionat amb comprar l’estimació amb regals, en demanar, gairebé suplicar, amor a canvi de diamants o de llàgrimes, en buscar l’afecte amb joguines per adults o joies per a infants.

Si més no, l’Audrey Hepburn, de tant mirar-me tots els dematins i totes les tardes, ja deu conèixer els meus pensaments més secrets, allò que guardo amagat dins del meu armari atrotinat; res del que faig s’escapa a la seva dolça mirada, tot el que he escrit ho ha llegit abans ella que ningú, i la seva companyia ha estat sempre la més fidel, la més constant i seductora, molt més que totes les altres que m’han ofert, estant, com estic, de cara al públic, situació ambigua que alimenta la meva vanitat i que, malauradament, dona lloc també a molts malentesos per part d’els que busquen allò que jo no venc ni regalo.

Des de fa uns quants anys, la Audrey, s’ha convertit en una icona femenina de moda, per a dones i per a homes, gais o no, i em molesta, m’omple de gelosia malsana que agradi a tothom i que moltes i molts la vulguin imitar acabant per aigualir, amb aigua de l’aixeta, un vi que no donen els ceps de la terra.

Aquestes, de primers d’any, són ceps i jornades de regals on els ulls dels petits brillen més que la resta dels dies i els adults i la canalla competeixen per comprar el que no es ven, el que espanta la por.

No, no tinc pas ganes ni de rumiar ni de donar voltes sobre l’art del comerç, la compra i la venda de temps, d’afecte i, si pot ser, la d’una mica de carn crua.

Només citaré algunes frases del llibre d’en Truman Capote i afegiré un parell de fotografies. Una és la d’un racó de casa on sense ser-hi hi és la Holly Golightly, la protagonista de la historia del famós esmorzar al Tiffany’s, aquesta noia que se’n va, que a la seva targeta hi diu: “Miss Holiday Golightly, de viatge”, que mig girant-se et mira per darrera vegada mentre uns coloms juguen aliens a la mort del mar. I l’altra és la d’una prestatgeria de la meva botiga on, a més de tenir una de les imatges de l’Audrey al costat de la meva mare i a sobre d’una fotografia de l’Albert on hi surt un cavall irlandès, compro i venc el que no es pot vendre ni comprar.



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“Siempre experimento la atracción de regresar a los lugares en donde he vivido, las casas y su vecindad. Por ejemplo, hay una casa de piedra arenisca por las calles sesenta y tantos, este, donde tuve, en la época del principio de la guerra, mi primer departamento en Nueva York. Constaba de una sola habitación llena de muebles de desván, un sofá y sólidos sillones tapizados con aquel particular terciopelo rojo que raspa y hace pensar en días calurosos en un tren. Las paredes, estucadas, tenían un color como de jugo de tabaco. En todas partes, hasta en el baño, había fotografías de ruinas romanas que el tiempo había vuelto parduscas. La única ventana daba a la escalera de incendios. A pesar de todo, mi espíritu se regocijaba cada vez que sentía en mi bolsillo la llave de aquel departamento; con toda su lobreguez, no dejaba de ser mi propia casa, la primera, y allí estaban mis libros y los jarros llenos de lápices para afilar, todo cuanto necesitaba, según mi sentir, para convertirme en el escritor que deseaba ser.

Nunca se me ocurrió, en aquellos días, escribir sobre Holly Galightly, y probablemente tampoco se me hubiera ocurrido ahora a no ser por una conversación que sostuve con Joe Bell, la cual avivó su recuerdo.

Holly Golughtly fue inquilina de la vieja casa de piedra arenisca; ocupaba un departamento debajo del mío. En cuanto a Joe Bell tenía un bar en la esquina de Lexington Avenue y todavía lo tiene. Tanto Holly como yo íbamos al bar seis o siete veces al día, no para beber, o no siempre, sino para telefonear: durante la guerra era difícil obtener un teléfono privado. Además, Joe Bell era muy servicial para tomar recados, lo cual, en el caso de Holly, no era un favor pequeño, pues recibía una gran cantidad de ellos.”

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“-Ya que sabe usted tanto, ¿dónde está?

-Muerta. O en un manicomio. O casada. Creo que está casada y retirada, y quizás en esta misma ciudad

Joe reflexionó un momento.

-No -dijo, sacudiendo la cabeza-. Le diré por qué. Si estuviera en esta ciudad, yo la habría visto. Considere un hombre que gusta de pasear, un hombre como yo, un hombre que ha andado por las calles durante diez o doce años, y durante todos esos años sus ojos han buscado solamente a una persona, y nunca nadie es esa persona, ¿no es razonable creer que ella no está aquí? Continuamente veo pedazos de ella, un traserito liso, una muchacha flaca que camina deprisa y en línea recta... –Se detuvo, como dándose cuenta de la atención con que yo lo miraba.- ¿Cree usted que estoy chiflado?

-Sólo es que no sabía que estaba usted enamorado de ella. Tan enamorado, no.

Lamenté haberlo dicho, porque lo desconcertó. Recogió las fotografías y volvió a meterlas en el sobre. Miré mi reloj. No tenía a dónde ir, pero consideré que era mejor marcharme.”

(Desayuno en Tiffany’s”, Truman Capote)

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L’edició que faig servir és en castellà, titulada: “Desayuno en Tiffany’s”, de Truman Capote, de l’any 1959, Círculo de lectores, traducció d’en Agustí Bartra i coberta de Izquierdo. On s’especifica que no és una edició abreviada.

El dibuix de la fotografia es d’en Javier Montesol, un molt bon dibuixant de còmics dels anys 70 i 80.

I la sabata és de la sabateria Ponsà del Toni, un cosí meu, en la que abans, en els anys de la República, l’avi per la banda de la mare havia venut barrets. En català, una “casa de barrets” és un eufemisme de prostíbul, de bordell, de casa de putes, pels molts barrets i gorres de senyor que trobaves penjades al rebedor. Es veu que la majoria d’homes, i dones, els agrada fer l’amor descoberts de cap i descalçats de peus, encara que molts prefereixen, com ja sabem, conservar els mitjons, les mitges, els pantys o les perruques, ignoro perquè, no sé si és pel fred o pels misteris inescrutables que es donen entre els homes i les dones quan se’ls deixa impunes i sols. Jo, per la meva banda, crec que he trobat el millor saló de lectura possible mentre esmorzo: qualsevol vagó atapeït de la xarxa del metro de la ciutat.

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Hemeroteca peletera

Desayuno en el metro, entre la línea 1 y la 4 de Barcelona.

En estas fiestas me he recorrido Barcelona casi de punta a punta, varias veces al día, por los túneles subterráneos de la red del metro de la ciudad, a la hora de comer y por la noche, al terminar la jornada antes de cenar, desde el barrio de San Antonio hasta el Guinardó, en el Hospital de Sant Pau, para visitar a una amiga que ingresó el pasado día veintinueve.

No es un trayecto muy largo, pero sí suficiente para hacer algo que nunca había hecho antes aunque parezca extraño, sentarme en el vagón y leer un libro durante el viaje, en este caso: "Desayuno en Tiffany’s", o dicho en inglés : "Breakfast at Tiffany's", de Truman Capote y de la que se realizó una famosa versión cinematográfica en 1961 dirigida por Blake Edwards e interpretada por Audrey Hepburn y George Peppard.

Audrey me rodea, literalmente, cada día con su sonrisa y sus ojos enmarcados por unas cejas, unas "eyebrow", perfectas.

Pero no tengo muchas ganas de escribir de ella ni de decir nada que esté relacionado con comprar la estima con regalos, o pedir, casi suplicar, amor a cambio de diamantes o de lágrimas, o buscar el afecto con juguetes para adultos o joyas para niños.

Al menos, Audrey Hepburn, de tanto mirarme todas las mañanas y todas las tardes, ya debe de conocer mis pensamientos más secretos, lo que guardo escondido dentro de mi armario destartalado, nada de lo que hago escapa a su dulce mirada, todo lo que he escrito lo ha leído ella antes que nadie, y su compañía ha sido siempre la más fiel, la más constante y seductora, mucho más que todas las otras que me han ofrecido, estando, como estoy, de cara al público, situación ambigua que alimenta mi vanidad y que, desgraciadamente, da lugar también a muchos malentendidos por parte de los que buscan lo que yo no vendo ni regalo.

Desde hace varios años, Audrey, se ha convertido en un icono femenino de moda, para mujeres y para hombres, gays o no, y me molesta, me llena de celos malsanos que guste a todo el mundo y que muchas y muchos la quieran imitar terminando por aguar, con agua del grifo, un vino que no dan las cepas de la tierra.

Éstas, de primeros de año, son cepas y jornadas de regalos donde los ojos de los pequeños brillan más que el resto de los días y los adultos y los niños compiten para comprar lo que no se vende, lo que aleja el miedo.

No, no tengo ganas ni de pensar ni de dar vueltas sobre el arte del comercio, la compra y la venta de tiempo, de afecto y, a ser posible, de un poco de carne cruda.

Sólo citaré algunas frases del libro de Truman Capote y añadiré un par de fotografías. Una es la de un rincón de casa donde, sin estar, se halla Holly Golightly, la protagonista de la historia del famoso desayuno en Tiffany’s, esa chica que se va, que en su tarjeta dice: "Miss Holiday Golightly, de viaje", que medio volviéndose te mira por última vez mientras unas palomas juegan ajenas a la muerte del mar. Y la otra es la de una estantería de mi tienda donde, además de tener una de las imágenes de Audrey al lado de mi madre y encima de una fotografía de Albert donde sale un caballo irlandés, compro y vendo lo que no se puede vender ni comprar.

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(Citas en el texto en catalán)

La edición que utilizo está escrita en castellano, titulada: "Desayuno en Tiffany s", de Truman Capote, del año 1959, Círculo de lectores, traducción de Agustí Bartra y cubierta de Izquierdo. Donde se especifica que no es una edición abreviada.

El dibujo de la fotografía es de Javier Montesol, un muy buen dibujante de cómics de los años 70 y 80.

Y el zapato es de la zapatería Ponsà de Toni, un primo mío, en la que antes, en los años de la República, el abuelo por el lado de mi madre había vendido sombreros. En catalán, una "casa de barrets" es un eufemismo de prostíbulo, de burdel, de casa de putas, por los muchos sombreros y gorras de señor que encontrabas colgadas en el recibidor. Se ve que la mayoría de hombres, y mujeres, les gusta hacer el amor descubiertos de cabeza y descalzados de pies, aunque muchos prefieren, como ya sabemos, conservar los calcetines, las medias, los pantys o las pelucas, ignoro por qué, no sé si es por el frío o por los misterios inescrutables que se dan entre los hombres y las mujeres cuando se les deja impunes y solos. Yo, por mi parte, creo que he encontrado el mejor salón de lectura posible mientras desayuno: cualquier vagón atestado de la red del metro de la ciudad.

5 comentarios:

Marga dijo...

De Capote siempre me pareció que su personaje más interesante fue el propio Capote. Recuerdo haber leído el libro del que habla pero lo que pervive en mí son las imágenes de la película y la diferencia de sus finales. Así es la memoria, traicionera y muy gustosa ella de sí misma.

Aquí durante estos días podría usted haber leído hasta la Biblia en verso que era algo que mi madre decía cuando quería referirse a algo muy extenso. La cantidad de huelgas que ha habido en el Metro le hubieran dado incluso para su relectura. Incluso uno de esos portavoces, que saben hacer cualquier cosa salvo ser portavoz, hizo alusión a lo desalmados que eran los sindicatos por destruir las ilusiones de los niños al convocar una el día de la cabalgata. Claro, que eso mismos niños se queden sin escuelas o sanidad es otra cosa. Ya se sabe, en estos tiempos priman las ilusiones sobre la necesidades.

Pues lo mismo que usted decía pero con otras palabras: mejor no enfangarse con la carne cruda.

Un beso con plano!

El peletero dijo...

Ayer, querida Marga, cenaba con unos amigos que me hablaron de una película que habían visto, “El molino y la cruz”, que trata sobre una pintura de Pieter Bruegel y del mismo pintor.

Le transcribiré el texto de la sinopsis que se puede leer en la página web de los Cines Meliés:

http://www.meliescinemes.com/?p=1152

Sinopsis:
La obra maestra épica del pintor Pieter Bruegel CAMINO AL CALVARIO narra la historia de la pasión de Cristo situada en Flandes bajo la dura ocupación Española de 1564, el mismo año en que Bruegel pinto esa obra. De entre más de medio millar de figuras que pueblan el lienzo de Bruegel, EL MOLINO Y LA CRUZ se centra en una docena de personajes cuyas vidas se entrelazan en un paisaje panorámico poblado por aldeanos y jinetes de capa roja. Entre ellos se encuentra el propio Pieter Bruegel (interpretado por Rutger Hauer), su amigo y coleccionista de arte Nicholas Jonghelinck (Michael York) y la virgen María (Charlotte Rampling).

Pieter Bruegel era un pintor de grandes panorámicas en las que aparecían multitud de personajes cada uno con su vida propia y sus cuitas, sus obras están llenas de historias posibles y verosímiles referidas a cada uno de ellos, pero en ese enorme escenario hay un centro no gráfico que da sentido a la enorme cacofonía visual y literaria que nos marea y confunde. Parecen esos dibujos que hace un tiempo fueron populares: “buscando a Wally” que estaba medio escondido entre la multitud. Parecen el dedo que señala la luna, es fácil confundirse entre el primero y la segunda.

Esa búsqueda de la “aguja del pajar” siempre me ha apasionado, como se dice ahora. Y en algunos de mis textos trato de reproducir ese juego y esos trucos de prestidigitador. No sé si lo consigo, pero es necesario que lo intente porque el sentido de las cosas siempre es una aguja dentro de un pajar. Algo así quise reproducir en la pintura de “Sansón y los filisteos” de mi querido Teodoro Van Babel.

El vestíbulo del Hospital de Sant Pau estaba ocupado por los mismos trabajadores del centro las 24 horas del día en algo parecido a una asamblea permanente. Había reuniones, charlas y tiendas de acampada por todas partes, carteles en las paredes denunciando los recortes de la Generalitat y anunciando que Sant Pau estaba “en lucha”. Uno de los días se llenó con una verdadera asamblea donde se propuso continuar con el encierro y llevarlo a otros centros. En noche vieja hicieron su reveillon, cada uno trajo las uvas, su bebida y su comida para compartir con los demás, cantaron y seguramente bailaron. Uno de los días me quedé escuchando, con el hijo de 11 años de mi amiga, a un dúo de muchachos que interpretaban jazz y que lo hacían la mar de bien, eran voluntarios que amenizaban el encierro.

(Sigue)

El peletero dijo...

Esos mismos días el metro iba atestado de gente, aquí no había huelga ni los sindicatos del transporte urbano consideraron, como en el Hospital de Sant Pau, declarar un encierro. La mayoría de los viajeros eran turistas que habían venido a pasar sus vacaciones de Navidad a Barcelona. En el transbordo de la línea 1 a la 4, en la parada de Urquinaona, puedes dirigirte hacía el Guinardó y más allá o bien ir a las playas, las de la Barceloneta o las de la Villa Olímpica. Los turistas, básicamente italianos y rusos (rusos en un sentido general, eslavos sería más apropiado) y bastantes franceses tomaban la dirección de las playas.

En fin, podría seguir con el diorama que no era nada más, ni nada menos, que un verdadero pesebre navideño. Sólo añadiré que la doctora internista que primero trató a mi amiga en urgencias era una gaditana muy simpática a la que todos allí llamaban “Doctora House” que dijo algo de mi sombrero cuando me vio con cara de susto en el box de urgencias. Todavía no sé si le gustó o no, el sombrero.

En ese pesebre si tengo que elegir me quedo con el papel del burro, siempre me han gusto esos animales, tozudos, pacientes y humildes.

Ayer también comí con otro amigo que vive y trabaja en Perú, en Trujillo. Me contó cosas muy interesantes, siempre existe la oportunidad de aprender lo que no se sabe, como la diferencia básica entre el peruano de la costa y el de la sierra, según él una diferencia enorme.

Besos de buenas noticias.

Antígona dijo...

Si el trayecto es largo (y uno encuentra asiento), el metro es un sitio perfecto para leer. Supongo que porque allí se está libre de interferencias, de teléfonos que suenan, de la tentación o la necesidad de abandonar la lectura para entregarse a otras ocupaciones, como a veces sucede cuando se lee en el sofá de la propia casa. Por alguna razón, a veces resulta más fácil aislarse del mundo cuando se está rodeado de tanta gente que cuando se está solo. Durante muchos años disfruté de los viajes en tren precisamente por ese espacio para la lectura sin interferencias que proporcionan. Incluso cuando mi impaciencia por llegar a un preciso destino empezó a ser tal que amenazaba con arruinar ese espacio de tranquilidad, siempre conseguía reconquistarlo durante algún rato. Ahora no he tenido más remedio que sustituir el tren por el coche, la lectura por la música. E, intuyo que por una razón similar, también el coche se ha convertido en el lugar donde más me dejo atrapar por la música.

Lamento decirlo, y así fomentar sus celos malsanos, pero yo también formo parte de esa cohorte de admiradores de Audrey. Siempre fascinó la fragilidad de su físico, su apariencia etérea pero llena de vida y movimiento, la dulzura de esa mirada que le acompaña desde la foto de su estantería. No obstante, nunca se me ocurriría tratar de imitarla. La mera idea de semejante ejercicio me resulta ridícula.

¿Será cierto que, en cada cosa que compramos, querríamos adquirir lo que no se deja comprar, y que es aquello que aleja el miedo? Su frase me ha dejado pensativa. Nada más cierto que los productos de consumo no se compran por ellos mismos, sino por lo que creemos que conseguiremos a través de ellos. Pero nunca había pensando que es el miedo lo que alimenta esta lógica, no sé si llamarla de la sustitución. Y cuando más lo pienso, más certera me parece su apreciación.

Besos sin papel de regalo.

El peletero dijo...

Creo, querida Antígona, aunque pueda parecer un monje franciscano o un budista tibetano, que todo aquello que nos ata al suelo, que nos liga al mundo, ahuyenta el miedo aunque sea de una manera vana que requiere, cada vez, cuerdas más fuertes.

Por ello y en mi caso, la estampa, la imagen, de Audrey Hepburn me “desata” como a la misma protagonista del famoso desayuno de T. C. la desataban los diamantes, y ella explicaba, de una manera ingeniosa, en su propia tarjeta de visita, “Holly Golightly, de viaje”.

De viaje.

La presente serie es la bitácora de una mudanza, la mía, sin embargo siempre me han atraído las personas que viven en hoteles y que renuncian a tener una casa propia, que en buena medida están siempre también “de viaje”. Igualmente por ello, en una extraña paradoja, la gente que llena el vagón del metro te ayuda a alejarte de ella y te permite leer, porque en el metro no hay paisaje que ver excepto esas estaciones fantasma que excitan la imaginación.

Las ideas brotan como las flores en el Amazonas, los hombres que conocieron a Holly la creen casada con un millonario. Uno de sus admiradores la busca constantemente por las calles de N. Y. y la muchacha tenía la buena costumbre de no poner nombre a los animales, al menos su gato estaba sin bautizar, es todo un detalle, no me diga que no.

Besos sin nombre.