jueves, 17 de julio de 2014

Les portes de casa meva


Diari d’estiu (6)

Les portes de casa meva.

Darrerament, si no tinc en compte la mort de persones estimades, el moment que viuen els meus amics i amigues i la tristor en general que revesteix els meus dies, puc afirmar que gaudeixo d’una vida bona i serena.

Quan era més jove viatjava per tot el món comprant pells i venent-les, era una vida atractiva, un pèl aventurera i arriscada pels viatges en sí i pel treball que desenvolupava on hi havia tractes que podien sortir bé o malament, podia encertar o equivocar-me en les compres o en les vendes, em podien enredar o no pagar-me els preus estipulats i acordats, cosa que va passar més d’una vegada. Però jo estava content i satisfet i pensava també que tenia la millor vida que es pot tenir. I era cert, absolutament cert, no hi havia millor vida que aquella, una vida que em feia distingir el dia de la nit i veure els meteorits travessar encesos la foscor dels horitzons llunyans.

I somiar en no res contemplant plàcidament les aigües tranquil·les d’un llac sense dracs. Ara, en canvi, escombro el tros de  vorera que hi ha entre la porta de la meva botiga i l’arbre que tinc enfront i que ja arriba al tercer pis. És una vida diferent, però no és pas una vida pitjor.

No obstant, ara he d’escoltar també i donar consell gratuït i un somrís fals a tots els que em consulten sobre els seus problemes com si fos un psicòleg o un conseller matrimonial i financer. No puc fer com fa el meu psiquiatre, un professional excel·lent i reputat que té un remeï infalible per curar qualsevol malaltia mental: cobrar molt amb un posat d’esfinx, és un metge caríssim. Amb les seves minutes tan elevades no queda cap altra solució que curar-te el més ràpid possible, si és només amb una sola sessió millor que fer-ho amb dues si no vols acabar demanant almoina per les cantonades. 

La majoria de les persones sabem d’una manera intuïtiva el valor de les coses quan hem de pagar per elles, pagar amb diners, amb diners de banc de curs legal, naturalment, sinó no les valorem com cal. Me n’adono d’aquest fet cada cop que començo la temporada  de rebaixes, res val no res. Tan és així que m’he vist obligat a afegir al costat dels rètols que anuncien els descomptes en els preus un de més que indica clarament que el dependent ni està de rebaixes ni tampoc es ven. Ho he fet per evitar malentesos i equivocacions que sovint es donen, la gent no té mesura i es pensen que em poden comprar igual que un vestit.  Crec, però, que malauradament i malgrat el meu explícit cartell, s’ha produït l’efecte contrari que jo pretenia i ara no paren de preguntar, amb una curiositat malsana, quin és el meu preu.

Jo, el meu preu ja el sé i a ningú l’importa, me’l van dir fa exactament un any i va ser una sort perquè és una bona guia per no vantar-se de manera superba i estúpida del que un no és ni serà mai, no fer-se il·lusions en vers els altres ni rebre després decepcions doloroses. Els que estem acostumats, si més no, a vendre i a comprar amb diners,  amb diners de banc de curs legal, sabem del cert que el preu, en realitat, retrata a qui compra i no pas a qui ven. La qüestió, però, és que avui en dia, igual que sempre, tothom compra i tothom ven qualsevol cosa en un monumental embolic i una confusió neguitosa. En tot cas, ara per ara, queda clar que a casa meva i de moment, el dependent ni està de rebaixes ni tampoc es ven.

En el seu lloc, en el lloc del dependent, tinc vestits com els de la fotografia a 25 euros, qui vulgui i tingui 25 euros en pot comprar un. El meu consell professional va inclòs en el preu.

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Diario de verano (6)

Las puertas de mi casa.

Últimamente, si no tengo en cuenta la muerte de personas queridas, el momento que viven mis amigos y amigas y la tristeza en general que reviste mis días, puedo afirmar que disfruto de una vida buena y serena.

Cuando era más joven viajaba por todo el mundo comprando pieles y vendiéndolas, era una vida atractiva, algo aventurera y arriesgada por los viajes en sí y por el trabajo que desarrollaba en el que había tratos que podían salir bien o mal, podía acertar o equivocarme en las compras o en las ventas, me podían engañar o no pagarme los precios estipulados y acordados, lo que pasó más de una vez. Pero yo estaba contento y satisfecho y pensaba también que tenía la mejor vida que se puede tener. Y era cierto, absolutamente cierto, no había mejor vida que aquella, una vida que me hacía distinguir el día de la noche y ver los meteoritos atravesar encendidos la oscuridad de los horizontes lejanos.

Y soñar en nada contemplando plácidamente las aguas tranquilas de un lago sin dragones. Ahora, en cambio, barro el trozo de acera que hay entre la puerta de mi tienda y el árbol que tengo enfrente y que ya llega al tercer piso. Es una vida diferente, pero no es una vida peor.

Sin embargo, ahora tengo que escuchar también y dar consejo gratuito y una sonrisa falsa a todos los que me consultan sobre sus problemas como si fuera un psicólogo o un consejero matrimonial y financiero. No puedo hacer como hace mi psiquiatra, un profesional excelente y reputado que tiene un remedio infalible para curar cualquier enfermedad mental: cobrar mucho con un rostro de esfinge, es un médico carísimo. Con sus minutas tan elevadas no queda otra solución que curarte lo más rápido posible, si puedes con una sola sesión mejor que con dos si no quieres terminar pidiendo limosna por las esquinas.

La mayoría de las personas sabemos de una manera intuitiva el valor de las cosas cuando tenemos que pagar por ellas, pagar con dinero, con dinero de banco de curso legal, naturalmente, sino no las valoramos como es debido. Me doy cuenta de ello cada vez que empiezo la temporada de rebajas, nada vale nada. Tan es así que me he visto obligado a añadir junto a los letreros que anuncian los descuentos en los precios uno más que indica claramente que el dependiente ni está de rebajas ni tampoco se vende. Lo he hecho para evitar malentendidos y equivocaciones que a menudo se dan, la gente no tiene medida y creen que me pueden comprar igual que a un vestido. Creo, sin embargo, que desgraciadamente y a pesar de mi explícito cartel, se ha producido el efecto contrario que yo pretendía y ahora no paran de preguntar, con una curiosidad malsana, cuál es mi precio.

Yo, mi precio ya lo sé y a nadie le importa, me lo dijeron hace exactamente un año y fue una suerte porque es una buena guía para no presumir de manera soberbia y estúpida de lo que uno no es ni será nunca, no hacerse ilusiones hacia los demás ni recibir después decepciones dolorosas. Los que estamos acostumbrados, por lo menos, a vender y a comprar con dinero, con dinero de banco de curso legal, sabemos que el precio, en realidad, retrata a quien compra y no a quien vende. La cuestión, sin embargo, es que hoy en día, igual que siempre, todo el mundo compra y todo el mundo vende cualquier cosa en un monumental lío y una confusión inquietante. En todo caso, hoy por hoy, queda claro que en mi casa y de momento, el dependiente ni está de rebajas ni tampoco se vende.

En su lugar, en el lugar del dependiente, tengo vestidos como los de la fotografía a 25 euros, quien quiera y tenga 25 euros puede comprar uno. Mi consejo profesional está incluido en el precio.

2 comentarios:

Marga dijo...

Já, qué foto más chula!!

Voy corriendo, voy corriendo... asi que dejo la ocasión de comentar sobre precios y valores y la confusión actual sobre este y en general casi todos los temas.

Y me doy cuenta que sin querer he juntado dos grandes obstáculos para llegar a entender algo: la prisa o precipitación de juicios que a su vez llevará a la confusión generalizada.

Ays qué mundo este!

Eso, vuelvo otro día y seguimos con la charla.

Besos de valor

El peletero dijo...

Querida Marga, tómese el tiempo que quiera o no se lo tome, usted ya sabe que esta es también su casa, entre y salga cuando guste.

Todos sabemos que el precio y el valor son dos parámetros diferentes, pero el primero da cuenta del esfuerzo, esfuerzo físico por así decir, que hemos de hacer para obtener el segundo. La relación entre ambos no es mecánica, por supuesto, es más psicológica, pero no por ello menos real.

El dinero es un gran invento, otra cosa, como todo, como las mismas chancletas, es su uso.

Se acerca el fin de semana y aunque yo trabaje mañana se respira un aire diferente, una corriente de pereza y molicie. Acaba de caer un chaparrón y el hombre del tiempo anuncia una bajada de temperaturas. Bienvenidas sean, pero con este verano de pacotilla no hay manera de vender vestiditos escotados.

Besos caros.

El cartel es de mi hermano, pero la foto es de Saúl Steinberg.