martes, 22 de diciembre de 2009

El peletero/Ángela (4 de 20)


2 Junio 2009

4. Una escena triste.

Recordé entonces una triste escena vivida con otro amigo y su madre enferma. Aquella mujer iniciaba una demencia que yo creo, sin embargo, que adquirió al nacer y no más tarde, al envejecer y acercarse a la muerte.

Era una anciana que solamente sabía hablar de sí misma colocándose en un pedestal y buscando un público inexistente que aplaudiera. Decía sin ningún atisbo de vergüenza que era un modelo de bondad y de virtud.

En cambio, según su propio hijo afirmaba, no hacía más que tergiversar de la manera más descarada, verdulera y desvergonzada los hechos, las circunstancias de las personas y las personas mismas para que todo encajara en el modelo que ella se había construido.

Todo era falso, todo era mentira.

Fue una escena lamentable y triste para mí y para ese hijo que cuidaba de su madre, para ese amigo mío que trataba de parapetarse y protegerse de ella en un cinismo de cartón.

Yo lo miraba apenado y veía su sonrisa mientras iba desmintiendo, una y otra vez, las palabras de su madre, desvelando a los presentes, incómodos y sorprendidos, el rostro de una bestia, estulta y maligna, ignorante de su maldad, estúpida y dañina, agazapada en algún rincón de su propio cerebro.

En ese lugar recóndito y lejano en el que todos nos hallamos.

Es en esa esquina opaca donde se desarrolla nuestra vida secreta, es decir, nuestra vida sin más.

Porque nuestra vida es siempre secreta, lo es indudablemente para los demás, esa es la realidad, lo malo es que lo sea también para nosotros mismos.

Iba dando vueltas a esos turbios pensamientos cuando recordé algo. Terminé mi café, pagué y me acerqué de nuevo hasta el portal donde había entrado hacía pocos minutos antes mi amigo Daniel. Miré los timbres del interfono. En uno de ellos, en el del entresuelo, había una flecha roja que señalaba un pequeño letrero, en él había escrito, “El Paraíso”. Era indudablemente un burdel.

¿Ahí había ido mi amigo?, ¿se encontraba ahora en manos de una preciosa mulata? No podía esperar su salida, debía volver a la oficina, tampoco hubiera sido correcto encontrármelo, descubrir su secreto, si así podía llamarse, ponerlo en evidencia. Tampoco estaba del todo seguro de que ése fuera el piso al que se había dirigido. Debía regresar al trabajo.

2 comentarios:

Calle Quimera dijo...

Bon nadal, peletero, i un petó.

El peletero dijo...

Bon Nadal també per vosaltres dos.